Ermitas, santuarios, fuentes o una simple piedra. Galicia es una de las regiones más ricas en leyendas, enclaves mágicos y romerías de míticos orígenes. En algunos casos se trata de ancestrales ritos, como el de pasar bajo una piedra, beber del agua de una fuente o rodear un determinado árbol. En otros, el prodigio deriva del rayo caído, de las propiedades curativas de las aguas o de las energéticas vibraciones del terreno. Manifestaciones de fuerzas ocultas. La Costa de la Muerte gallega es un buen ejemplo.

En Finisterre, junto al cabo considerado en la antigüedad como el fin del mundo y en lo alto del monte Facho, se encuentra la piedra de San Guillermo, un sepulcro antropomorfo conocido como la cama de piedra. Allí acudían las parejas estériles, y tanta fama adquirió y tanta gente iba a la piedra que un obispo mandó destruirla para evitar el pagano rito. Los dos trozos partidos se conservan hoy semiocultos entre la vegetación, y muchos creen que aún no ha perdido sus propiedades. Y a su lado se encuentran las llamadas «pedras santas» que forman un mirador sobre tierra y mar.

Desde lo alto se contempla el pueblecito y la iglesia románica dedicada a Santa María das Áreas, que alberga un Cristo náufrago que llegó arrastrado por las olas al que acuden a encomendarse los pescadores antes de embarcar. El Cristo fue devuelto por el mar tras alguno de aquellos hundimientos de barcos que acreditan el nombre de Costa de la Muerte a este lugar. A la milagrosa imagen, a la que la tradición dice que le crece la barba, se encomiendan desde antiguo los marineros: «Santo Cristo de Fisterra,/ santo de barba dorada,/ dame fuerzas pa pasar,/ desde Laxe a Touriñana». Exvotos de cera y maquetas de barcos cuelgan de las paredes en petición de ayuda o como muestra de agradecimiento. Hasta Fisterra venían los peregrinos desde Santiago, unos para venerar a San Guillermo y otros para arrodillarse ante el Santo Cristo.

El cabo Fisterra, o Finisterre, debe su nombre a la antigua creencia de que aquí estaba el «fin de la tierra», donde «la tierra acaba y el mar comienza». Allí los fenicios levantaron un altar donde se daba culto al sol, que la tradición dice que destruyó el apóstol Santiago. Al lado queda la pequeña aldea de Duio en cuyos alrededores la leyenda sitúa la ciudad de Dugium, de la que cuentan que se la tragó el mar por los pecados de sus habitantes. Numerosos restos arqueológicos en las cercanías hacen realidad la leyenda al señalar la existencia de una población que, sin embargo, no fue destruida por mano divina sino por las de los suevos.

A doce kilómetros de Fisterra se halla la localidad de Corcurbión, que se cree fundada por los griegos. Y junto a Corcurbión, el Monte O Pindo, otro enclave mágico, con una impresionante cascada y un recinto -o eira- construido de piedras ciclópeas donde antiguamente se celebraban ceremonias rituales para «sacar» las enfermedades.

Pasado Cée la carretera vuelve a acercarse al mar en el pintoresco Lires de solitarias playas. Por el camino abundan los hórreos, de los que los más vistosos son los de Tresofe.

Donde llegó un nieto de Noé

Hacia el sur la costa nos lleva a Noya, de la que se dice que fue fundada por un nieto de Noé a quien debe su nombre. Las lápidas gremiales de su cementerio muestran grabados que en su mayor parte están por descifrar. Y hacia el norte, la costa nos conduce a Muxía. Aquí dicen que llegó la mismísima Virgen María en ayuda del apóstol Santiago y que la embarcación en la que vino se partió contra las rocas. Los trozos se convirtieron en piedras que se pueden contemplar junto al santuario levantado en el lugar: el timón, el casco y la vela. Bajo la «vela», también conocida como pedra dos cadris (piedra de los riñones), pasan las gentes para curarse de enfermedades. Es fácil ver a primeras horas de la mañana cómo se esfuerzan campesinos, o marineros arrastrándose bajo la misma. El «casco» es la famosa pedra abaladoira (oscilante), única que queda en Galicia de las que dicen que abundaban antaño. La roca se mueve en los días de tormenta con un quejumbroso sonido avisando así a los marineros del peligro, y sobre ella se bailaban las milenarias muñeiras.

Camino de La Coruña, cerca de Arteixo, se encuentra la Virgen de la Pastoriza. Junto a su santuario, y bajo una estatua en piedra de la Virgen, hay un antiguo dolmen bajo el que la gente pasa arrastrándose para conseguir la protección divina, sobre todo en la del primer domingo de octubre.

Y ya en las Rías Altas queda San Andrés de Teixido, apartado paraje que fue el centro religioso más importante de Galicia hasta que Santiago consiguió desbancarlo y quedarse casi con la exclusiva de las peregrinaciones gallegas. Cuenta la leyenda que a San Andrés le tocó el pueblo de Teixido para predicar la buena nueva del cristianismo. Y como el santo se quejara ante el Señor de lo abrupto y escondido del lugar, Jesús le consoló diciéndole: «Quédate ahí Andrés que te han de visitar más de tres». Y así fue, porque es fama que a San Andrés de Teixido debe ir todo el mundo en peregrinación, al menos una vez en la vida. Ya lo dice el refrán: «A Santo Andrés de Teixido vai de morto o que non foi de vivo». O sea que si no se peregrina en vida, se peregrinará después como ánima en pena, como el pobre Fiz Cotovelo de «El Bosque Animado».

Todavía se pueden ver a los lados del antiguo camino «amilladoiros» formados a lo largo de siglos por romeros, que dejaron una piedra como señal de su paso. En las antiguas tradiciones galaicas se decía que en el día del Juicio Final las piedras serían testigos y dirían quién cumplió la promesa de ir a San Andrés.

Teixido conserva una curiosa artesanía de figuras hechas con miga de pan teñidas con anilinas de vivos colores que representan a San Andrés, la barca con que llegó a la costa, cristos y diversos símbolos relacionados con el lugar. Por los alrededores crece la llamada planta «namoradoira» de la que dicen que remedia males de amores. Teixido tiene también una fuente mágica, a la que se suele arrojar un trozo de pan: si flota, no hay problema; pero si se hunde, desgracia segura. Otra tradición señala que el islote que se alza frente al santuario es en realidad la barca en la que arribó al lugar el santo y que fue convertida en piedra. Algún milagro debió de existir para que San Andrés consiguiera desembarcar en estas costas tan temidas por los navegantes y llenas de historias de naufragios.

Tras dar la vuelta a la ría se llega a Corme cerca de donde se encuentra «a pedra da serpe»; se trata de una serpiente grabada sobre una piedra, que fue lugar de antiguos cultos celtas y al que la Iglesia ha colocado encima una cruz de piedra para cristianizar el paraje. Cuenta la leyenda que la serpiente la grabó San Adrián para alejar a estos animales que antes menudeaban por estas costas. Y ésta es sólo una pequeña muestra de una peregrinación mágica que podría ser inabarcable. Baste saber que allá, con seguridad, es lugar de peregrinación y milagros.

César Justel – Extraído de www.abc.es